En estos momentos de excepcionalidad las ideas y las concepciones sobre los vínculos se han instalado con mucha fuerza.
Y es por ello que las reflexiones sobre el tema de los vínculos, los posibles, los deseados, los temidos, adquieren una relevancia superlativa. Los vínculos definen y dan significado a las relaciones posibles entre las personas, se establecen a lo largo de toda la vida, se aprenden, se constituyen, se mantienen, se modifican o se abandonan y explican los diversos modos de interacción social.
Siguiendo a numerosos autores podemos hablar de la existencia de tres tipos de vínculos: un vínculo de dependencia, un vínculo de cooperación y un vínculo de competencia. Desde ya que sería un simplismo reducir todo el mundo de vínculos posibles a estos tres, pero podríamos decir que son la base, la raíz, la plataforma a partir de los cuales se construyen y constituyen otros más complejos a lo largo de nuestras vidas. Es ampliamente aceptado que el vínculo particular de la situación de enseñanza escolar se ha montado históricamente sobre un vínculo de dependencia, ya sea por la diferencia generacional entre docentes y alumnos, por quién posee mayores saberes, por quién establece relaciones de poder, por quién controla procesos evaluativos, por quién da la palabra, por quién tiene la última palabra, por quien conoce y administra normativas, etc. Esto se puede ejemplificar en muchas situaciones de la propia historia escolar de los educadores de hoy en día. Frases que resuenan en una memoria no tan lejana o ajena: “Ese profesor me tiene entre ojos”, “ese profesor me hizo querer las matemáticas” “ese profesor logró que odie historia”, etc. No hablábamos de vínculos, pero lo eran.
Hoy, paulatinamente, se ha instalado la idea de la complementariedad, de la necesariedad mutua, de una simetría contratada. Es cierto que desde la óptica de los alumnos es este vínculo de dependencia el que más se conoce y se acepta, ya sea acordando con él o rebelándose contra él.
Pero es ahora un tema primordial y esencial para los educadores, hasta tal punto que se ha convertido en un aspecto nodal de la situación educativa en tiempos de excepcionalidad.
No hay batería de preguntas que me fueron hechas referidas al tema de educar en época de pandemia que no tengan referencia a los vínculos: cómo establecerlos, cómo mantenerlos, cómo deben ser, etc.
Pero todas las ocupaciones y preocupaciones tienen un factor que las asemeja: siempre son prioritarios, están por delante frente a la necesidad o no de “dar” determinados contenidos, frente a la preocupación por “mandar y recibir respuesta” a determinadas actividades a realizar, frente a “tomar” ciertas evaluaciones. De todos modos, queremos dejar en claro que “hacer escuela” implica tanto el establecimiento de vínculos, como la propuesta de actividades; el abordaje, reconocimiento, construcción y adquisición de saberes y su reconocimiento mediante retroalimentaciones significativas. Conforman un sistema, un entramado de alimentación mutua.
Hoy se utiliza mucho el término “entreaprender”, cuya atención está justamente en tratar de reemplazar una relación de dependencia apoyada en el verticalismo y la obediencia, por otra que reconozca la complementariedad de roles que se da en toda institución entendida como sistema complejo.
Es este un vínculo de complementariedad, e incluso de competencia, en el sentido de poner en juego las competencias que todos los actores poseen en relación con la situación educativa que los convoca.
Es por eso que podemos afirmar que hablamos de vínculo educativo o vínculo pedagógico entre docentes y alumnos, porque, independientemente de la situación en la cual estemos, siempre se da en relación al conocimiento, que es el que da sentido y significado al vínculo educativo, que siempre constituye la razón de ser de su existencia. Pero no por ello dejaremos de afirmar que toda situación de excepcionalidad lleva a los participantes de este vínculo a replantearse el cómo, dónde y cuándo.
La idea de conocimiento se amplía, ya no es sólo el conocimiento escolar, se agrega, se amplía, o se hace visible, el conocimiento de las condiciones particulares del contexto tanto de docentes como de alumnos. Es así que el vínculo educativo pone de manifiesto, más que nunca sus componentes subjetivos. Lo interesante de esta situación de excepcionalidad es que pone de manifiesto, visibiliza todo aquello que siempre fue parte del vínculo, pero que hoy adquiere una importancia esencial. Aclaremos: siempre fue la palabra el principal sostén del vínculo educativo, en todos los niveles del sistema escolar. Ya que son las palabras las que portan ideas y provocan significados. Son las palabras (en forma oral o escrita) las principales portadoras de contenidos escolares.
Es en este momento donde la mediación tecnológica se hace pan de cada día, que hacen su aparición (aunque siempre estuvieron, más en unos niveles que en otros) otros portadores de sentido y significado: la entonación de esas mismas palabras, los silencios, la mirada, los gestos, los movimientos y las acciones, los acercamientos y alejamientos corporales, la inclusión de objetos, la ubicación en diversos espacios y ambientes. Todos ellos pasan a ser ingredientes potentes del lenguaje. Y es por eso que podemos decir que el lenguaje es componente esencial en el establecimiento y mantenimiento de vínculos. Si seguimos hablando de los vínculos deseamos poner de manifiesto otro de sus ingredientes esenciales: las representaciones, supuestos y mitos que se han ido construyendo a lo largo de la vida de los sujetos acerca de los vínculos que se fueron estableciendo especialmente dentro de su círculo familiar. Representaciones marcadas a menudo por los “debo y no debo” “quiero y no quiero” “puedo y no puedo” “me dejan y no me dejan”, “me piden y no me piden” “me mandan y no me mandan”, etc.
Es sumamente interesante observar el peso que dichas representaciones (tanto de docentes como de alumnos) tienen en el establecimiento de vínculos educativos, tanto en tiempos de habitualidad como de excepcionalidad. Condicionan lo que esperan los unos de los otros. Tampoco dejaremos de lado que las características propias de docentes y alumnos hacen que cada vínculo sea un hecho particular, adopte un formato distinguible de otros posibles.
Nos preguntamos en estos tiempos tan particulares por las características que asumen estos vínculos. Podemos hablar de la necesidad de despertar el interés de los alumnos, incentivarlos, motivarlos, despertar y mantener el deseo de aprender. Y dando vuelta la ecuación, podemos considerar que el vínculo docentes-alumnos se monta también en el interés del docente, su motivación y su deseo de enseñar. Deseo entonces explicitar claramente cuál es según mi opinión, el principal ingrediente del vínculo docentes-alumnos en estos tiempos.
“YO ME OCUPO Y PREOCUPO POR VOS Y CON VOS” Nuestros alumnos necesitan saber de nuestra preocupación, recibir de nosotros, no importa cuál sea el formato que asuma, el registro de que estamos allí para ellos, que nos importa qué les pasa, individual y colectivamente.
Y para cerrar, tomo palabras de Rubén Derlis: ALGUNAS PROPOSICIONES
Les propongo contagiar de libertad a todos enloquecer a los candados desterrar de la vida tanta sombra repartirnos los pétalos darle un poco la espalda a tanto número irnos por las guitarras hacia el hombre por el canto a tutear la esperanza a decirle de vos y falta poco por la poesía a sentirnos más cerca de la sangre por la sangre a defender lo que peligra les propongo legalizar lo humano intercambiarnos sueños y palabras oxidar las espadas reventar los fusiles cuando ya no hagan falta flagelar la mentira a golpes de verdad renunciar al alambre de púas dejar volar el ala que el cielo continúe con su azul que el aire siga siendo respirable dejar salir el sol todos los días y luchar hasta el fin y luchar hasta que esto termine.
Ruth Harf. Julio 2020